La palabra ‘cambio’ ha tomado un significado distinto en los últimos años. Ha pasado de concebirse como algo aislado y puntual a convertirse en una necesidad global y prioritaria en las compañías, es decir, a tener que formar parte de su cultura y su ADN. Las organizaciones se han visto obligadas a adoptar una cultura de transformación continua para adaptarse a unas circunstancias y a un futuro que sabemos incierto. En este punto se encuentra sumida la empresa familiar.
Y es que a medida que seguimos lidiando con las consecuencias de la pandemia, a lo que se ha sumado las consecuencias del conflicto en Ucrania, no cabe duda de la importancia de sumarse a la transformación. Es un debate superado: las organizaciones que no se están planteando cómo hacerlo es porque ya tienen su proceso en marcha. Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de ‘una cultura de transformación continua’ y cómo la está abordando la empresa familiar?
En el pasado, cuando los líderes empresariales hablaban de cambio, se percibía como “un proyecto en un área determinada”, como la restructuración en un determinado departamento o la implementación de un nuevo programa. Así, el plan de cambio era una pieza fija que tenía un principio y un final estructurado, normalmente, en tres etapas: una primera de exploración, la segunda de diseño y, por último, la implementación.
A ello se añade que, a menudo, la necesidad de cambio venía dada por una crisis o por la urgencia de “apagar un fuego” determinado. Y en los últimos tiempos, no cabe duda de que la pandemia ha sido ese “fuego” y de que las empresas, entre ellas también las familiares, han tenido que reaccionar rápidamente y adaptarse al nuevo escenario para sobrevivir.
Pero, en este caso, la meta de la transformación empresarial no pasaba por ejecutar cambios definidos y en aspectos concretos de la empresa, sino en reinventar la organización y adaptar el modelo de negocio para un nuevo futuro, un futuro incierto.
Aterrizando este cambio de paradigma en las empresas familiares, lo cierto es que para ellas el cambio es y ha sido siempre una constante, su garantía de supervivencia generación tras generación. Y este cambio venía motivado por la previsión. Es decir: siempre ha sido proactivo, no reactivo, basado en una visión a largo plazo e impulsado por el propósito y los valores de la familia, por la capacidad continua de estar preparado para las amenazas y de explorar nuevas oportunidades.
Oportunidades que son importantes para todos sus grupos de interés, desde la propia familia, clientes, proveedores y empleados hasta los habitantes de la zona geográfica en la que la familia vive y opera. Porque las empresas familiares tienen una actitud y mentalidad muy diferente ante el cambio y un concepto único de “transformación” que les diferencia de cualquier otro tipo de negocio: ellas son los propios motores del cambio, no se conforman con ser simples pasajeros del tren. Por ello podemos decir que también ellas son las que crean y sostienen una cultura de “transformación continua” como ninguna otra.
Y en esta carrera de fondo que es la transformación empresarial, hay, sin duda, palancas que la impulsan. Entre ellas, la tecnología y la transformación digital son facilitadoras de muchos cambios, pero no son las únicas si se quiere transformar un negocio en general.
La transformación empresarial incluye también el propósito y la cultura de la familia y la empresa, el impacto humano, el impacto ambiental y social, la gobernanza, la economía de la empresa, etc. Es decir: todo lo que es importante para la familia y el negocio.
Aquí, un factor clave para mantener la cultura de transformación continua es la interconexión entre el negocio y la familia, algo que las empresas familiares conocen bien y llevan décadas poniendo en práctica. Sin embargo, no podemos olvidar que la identificación de la familia con la empresa y sus valores compartidos conducen a una gran responsabilidad.
Si nos remontamos a la pandemia, durante esos meses algunas empresas vieron que no eran lo suficientemente rentables como para apoyar a la familia en un futuro. En ese momento la maquinaria se puso en funcionamiento, porque si las necesidades de la familia están en juego, algo tiene que cambiar, y, por lo tanto, hay que tomar decisiones estratégicas que, sin duda, conllevan una gran responsabilidad.
Otra de las claves que hace que la cultura de transformación corra por las venas de las empresas familiares es que llevan en su ADN la evolución. Los nuevos miembros de la familia que se incorporan al negocio, pertenecientes a generaciones más jóvenes, aportan nuevas habilidades y experiencias y renuevan la formas de ver la vida y los negocios.
Por eso son impulsoras del cambio en los negocios y, por extensión, en la sociedad en su conjunto. Porque el cambio y la transformación forman parte de su razón de ser, al igual que su compromiso y responsabilidad no solo de mejorar de puertas para adentro, sino de dejar una huella visible y un impacto positivo en su entorno a medida que siguen avanzando.
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