Si fuésemos capaces de predecir el futuro, ni yo estaría escribiendo este artículo ni usted lo estaría leyendo. ¿Quién habría imaginado en 2014, con un precio de 27 USD por acción, que Google alcanzaría los 319,50 USD a cierre del 2025? ¿O quién no se hubiese lanzado a comprar Bitcoin a 300 EUR sabiendo que hoy cotiza a 78.900 EUR? Está claro que el futuro no es algo que se pueda predecir ni adivinar con facilidad.
Lo que sí resulta más predecible es el comportamiento humano: particularmente en lo que respecta a cómo nos relacionamos, compartimos, cooperamos o reaccionamos ante cambios sociales, culturales o tecnológicos. Es decir, ante la novedad. Con esto no quiero decir que seamos capaces de predecir la historia, sino más bien cómo reaccionaremos a situaciones similares que se presenten a lo largo de ella, como ocurre por ejemplo con los cambios tecnológicos.
Y esta es precisamente la clave de la Ley de Amara, enunciada por Roy Amara (investigador, científico y «futurólogo»), quien afirmaba que frente a un cambio tecnológico «nuestra tendencia es sobrestimar los efectos de una tecnología en el corto plazo y subestimar el efecto en el largo plazo».
Sobre esta base surge el llamado ciclo de sobreexpectación, popularizado por la consultora Gartner —el conocido Hype Cycle—, que ilustra y describe las etapas de nuestra reacción ante situaciones novedosas: primero el lanzamiento, luego el pico de expectativas desmesuradas, pasando por el abismo de desilusión y, solo más tarde, la consolidación y la productividad real.
Un ejemplo clásico es la burbuja de las .com. A finales de los años 90, muchas compañías se lanzaron a «estar en internet» sin tener claro para qué. Se impulsaron proyectos digitales sin un modelo de negocio definido y el mercado valoró más la etiqueta «.com» que los fundamentales. Tras el estallido de la burbuja, pareció que internet había estado sobrevalorado. Sin embargo, con el tiempo se demostró lo contrario: la digitalización terminó integrándose en todos los aspectos de las compañías (procesos, relación con clientes, cadena de suministro, datos). Hoy, difícilmente se concibe una empresa competitiva sin la digitalización.
Pero, ¿por qué es importante tener esto presente? Porque frente al constante bombardeo de información, es vital entender el momento del ciclo en el que nos encontramos para tomar las decisiones correctas y asignar recursos de manera eficiente.
En muy poco tiempo, la sostenibilidad ha pasado a ocupar un lugar central en la agenda empresarial, empujada en gran medida por la regulación (lanzamiento). Este impulso regulatorio ha provocado que las empresas revisen sus agendas y asignen recursos a diferentes iniciativas (gap CSRD, riesgos climáticos, planes de transición, etc.). Es en este punto donde se percibe el pico de expectativas sobredimensionadas: el boom regulatorio empuja las iniciativas y las empresas anuncian compromisos ambiciosos, generando un “hype” en torno a la materia.
El informe de Mario Draghi sobre la competitividad de la UE, publicado a finales de 2024, supone un punto de inflexión. Después de unos años de gran desarrollo normativo, se pone de manifiesto que la regulación —incluyendo las normativas de información en sostenibilidad— puede frenar la competitividad de las empresas europeas.
A raíz de este informe, la Comisión Europea pone en marcha un paquete de medidas de simplificación, acto que el mercado interpreta erróneamente como el «fin» de la sostenibilidad. Esto coincide con una nueva administración en Estados Unidos que politiza la agenda climática. El resultado es un pesimismo generalizado: el abismo de desilusión.
Pero que el péndulo de la opinión se mueva no significa que la tendencia de fondo desaparezca. Al contrario: suele ser en estos momentos de desilusión cuando se separan las modas de las transformaciones estructurales. Primero, Mario Draghi insiste en que la sostenibilidad y el medio ambiente se consideran valores fundamentales de Europa, junto con la prosperidad, la equidad, la libertad, la paz y la democracia. Y segundo, los compromisos de la UE en materia de descarbonización y sostenibilidad se mantienen.
Como en todos los ciclos de sobreexpectación, nos encontramos ante una oportunidad: consolidada la regulación, se abre un abanico de oportunidades para integrar la sostenibilidad de manera efectiva en el negocio. Cada vez son más las voces que piden una integración entre la sostenibilidad y el desempeño financiero:
Bienvenidos a la rampa de consolidación: la maduración de una nueva tendencia y su aplicación práctica efectiva. Entender profundamente los impactos financieros nos permite reevaluar la resiliencia operativa y estratégica, no es solo una tendencia reputacional, sino un factor que configura la competitividad y el acceso al mercado.
Si bien la mayoría de las organizaciones ya dispone de herramientas e información relacionada con aspectos ambientales, sociales y de gobernanza (ASG): consumos, indicadores de personas, métricas de proveedores, datos de cumplimiento, etc., el verdadero desafío no es generar nuevos indicadores, sino integrar los existentes en el análisis financiero.
Esto no requiere actuaciones significativas, sino una revisión ordenada de dónde impacta hoy en día y en el corto, medio y largo plazo la sostenibilidad en las cifras de la compañía:
En definitiva, la pregunta no es si la sostenibilidad será relevante para el negocio, sino cuánto margen financiero estamos dispuestos a perder por no medirla y gestionarla.
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