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A amar el vino se empieza desde bien pequeño. Y más si uno crece viendo a su padre apostarlo todo por él y crear una insignia de las Rías Baixas. Y es que el Grupo Terras Gauda es el vivo ejemplo de que si uno cree (y trabaja) en su idea, en su ilusión, al final acaba cosechando los resultados. Lo que nació como un hobby para el padre de Antón Fonseca, actual CEO y vicepresidente ejecutivo de Grupo Terras Gauda, hoy se ha convertido en un grupo constituido por cuatro bodegas, con presencia en cuatro de las principales zonas vinícolas de España y que a día de hoy comercializa más de 1,5 millones de botellas en más de 45 países.
En ‘Los que dejarán huella’, un proyecto de KPMG junto a Fórum Familiar, hablamos con Antón de sus inicios en el vino, de cómo este se ha convertido en su pasión, de su querida Galicia, de robots autónomos en viñas centenarias y, sobre todo, de cómo el vínculo con el legado familiar hace que uno pase de ser un vago adolescente a un entregado empresario.
RESPUESTA. Yo siempre fui muy mal estudiante y, cuando llegó el momento de decidir qué hacer, quise estudiar arquitectura. Pero no me daba la nota, así que, como siempre fui bastante pragmático, pensé: si tenemos una empresa y me gusta el vino, pues hago ADE, que sí que me da la nota.
Y, a partir de ahí empezó a cambiar también mi relación con mi padre: una vez que terminé la carrera la relación ya era completamente diferente, empecé a ser consciente de lo que había creado, a entender las ausencias, y nuestras conversaciones cambiaron radicalmente. Yo encontré mi vocación en la empresa familiar porque pasé de ser un vago a trabajar 17 horas al día durante toda una semana fuera y a dormir como un lirón con la sensación del deber bien hecho y de saber que estoy trabajando para continuar con un legado.
R. Hoy, el vino es nuestra vida, pero no siempre fue así. Mi padre era funcionario del grupo A, de lo que luego fue el INEM y, en el momento en el que se estaba creando la D.O de Rías Baixas, vio que se estaban cometiendo varios errores. Entre otros, le querían llamar D.O específica al albariño, lo cual era un error porque, a día de hoy seguimos hablando de albariño como variedad y no del territorio, del suelo y del clima. Mi padre se convirtió entonces en la persona encargada de identificar los problemas para llevarlo a cabo y fue entonces cuando se enamoró del vino y decidió cogerse la excedencia y emprender:
Había una pequeña Galia al sur de Rías Baixas llamada el Rosal, donde se estaban haciendo vinos diferentes. Mi padre estaba enamorado de aquellos vinos y se propuso hacer ahí algo que nadie más estaba haciendo en toda la D.O, donde solo se hacían monovarietales de albariño. Apostó por variedades que estaban desaparecidas e hicimos el primer Terras Gauda, que fue un éxito desde el principio. Mi padre siempre dice: yo tardé siete u ocho años en darme cuenta de que era empresario.
R. Él tenía claro que quería llevarme a la empresa y, aunque a lo mejor me hubiera gustado estar un tiempo trabajando fuera, él tomó la decisión: “te vienes ya que te quiero tener controlado”.
Me prepararon un proceso de formación en el que estaba entre tres semanas y tres meses en todos los puestos de trabajo de la empresa. Es decir: todos los empleados que estaban en Terras en esa época han sido mis jefes. Y, al terminar ese periodo, me preguntaron dónde creía que aportaba más. Y, para mí, la parte comercial siempre ha sido la que más me ha gustado. Entonces, me crearon mis propias carteras en el mercado nacional. Estuve tres años ahí y luego pasé a internacional.
R. No, de hecho, nuestro Terras Gauda es una mezcla de albariño, caíño blanco y Loureiro. Y creo que gran parte de nuestra aportación ha sido la recuperación de esta variedad del caiño blanco.
Si me pongo la americana de productor gallego, Galicia tiene mucho que decir en el panorama vitivinícola mundial, porque no hay muchas regiones que puedan presumir de tener 10 ó 15 variedades de tinto y 10 u 11 variedades de blanco, si no recuerda mal las cifras. Sobre todo, en un momento en el que el Albariño incluso ha desaparecido de los lineales y del primer precio del copeo, y está cogiendo mucha fuerza una variedad como el godello. Creo que Galicia, sobre todo con los vinos blancos, es una región a la que el mundo le está poniendo en su sito tanto por riqueza varietal como por la calidad de sus vinos.
R. Con los estudios que vamos haciendo llegamos a conclusiones muy interesantes. El I+D siempre ha estado en nuestro ADN porque pensamos que cuanto más conozcamos, mejores productos vamos a hacer. Y el I+D nos ayuda a conocer los procesos, los tiempos de fermentación y, en definitiva, si estamos haciendo las cosas correctamente.
La tecnología avanza y nos permite mejorar y ser más precisos en cosas tan básicas como la higiene. Porque una bodega es como un quirófano, si se cuela una levadura que no nos gusta, empieza a reproducirse y eso le va a dar un mal aroma al vino. Y no podemos permitirnos este tipo de cosas. Y, a la vez, vendemos mucha tradición y acumulamos un conocimiento que no debemos perder.
Por eso nuestra mentalidad es no perder la tradición y seguir avanzando con la ayuda de la tecnología hasta el punto de estar utilizando drones con los que se ha reducido el margen de error de 3m a 30 cm en la identificación enfermedades de las cepas. Y ahora ya van robots autónomos que te marcan planta por planta dónde está el problema.
R. Somos un sector muy atomizado y hay un número muy grande de bodegas. La gente quiere descubrir y probar cosas nuevas y hay que arriesgarse. Entonces, a esa persona le diría que no siga los cauces establecidos y que innove, que lo haga diferente y que crea en su proyecto, porque al final vas a ser tú el que tenga que salir fuera a defenderlo.
R. Aunque creo que aun somos un sector muy rancio, sí que empieza a haber consensos para determinados cambios. Uno de ellos es que, para determinados vinos jóvenes, el corcho es un problema.
Y, por otro lado, desde el punto de vista del trabajo, es cierto que hay algunos puestos de trabajo que pueden resultar muy atractivos y otros que resultan más duros. Trabajar en el campo y en las viñas cuesta, quizás en Galicia sea donde menos, pero vendimiar a 30 grados no es agradable para nadie y cada vez nos cuesta más encontrar a personas que quieran venir a hacer ese trabajo u otros como la poda.
R. Es algo con lo que estamos muy comprometidos incluso dentro de la empresa familiar con programas como la empresa en las aulas. Porque parece que todos los niños quieren ser futbolistas y estamos a veces machacando la palabra del empresario. Sin ir más lejos, en una charla hace poco dije que mi padre es emprendedor y yo soy el malo porque soy empresario. Y creo que hay que dignificar al empresario porque los hay buenos y malos, pero creo que es una forma muy buena de ganarte la vida.
Si hablamos del campo y los viticultores, creo que se ha normalizado la posibilidad de diseñarte un poco la vida y tener mayor flexibilidad en el terreno del trabajo. Mucha gente puede teletrabajar desde sus ciudades de orígenes y venir a Madrid una o dos o dos veces a la semana o incluso al mes, según cada uno o su empresa como se lo permita. Y creo que eso es algo realmente positivo.
R. Hay gente que piensa que Terras Gauda se creó en un día. Que llegamos, montamos un viñedo y ya las cosas empezaron a funcionar, pero hay un trabajo dificilísimo detrás. Desde que tú eliges una parcela hasta que plantas la primera vid y luego recoges la primera uva pueden pasar siete años. Ahora se han acortado los plazos a cinco, pero hasta que empiezas a ver un retorno económico de eso, estamos hablando de muchos años.
Entonces, mis hijas tendrán la suerte (espero) de heredar una empresa más grande, mejor y en la que se hagan más y mejores vinos. De hecho, ya la mayor de las dos, cuando le preguntamos lo que quiere ser de mayor, dice: “Yo quiero vender”. Y cuando le preguntamos: “Y cómo se vende vino”. Y responde: “Hablando por teléfono”. Y aquí ya falla un poco. Pero ves que con tres añitos va marcando territorio. Y a mí me encantaría que siguiera los pasos de su padre, de su abuelo y de su tía.
R. Singularidad, humildad y territorio.
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