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Tiene miedo a las alturas, pero no le asustan los retos. Todo lo contrario. Sylvia de Miguel es directora de Operaciones de Grupo Siecsa, empresa que sus padres fundaron en Torrelavega (Cantabria) en 1976. Licenciada en Administración y Dirección de Empresas y con una fuerte pasión por el sector, por la innovación y la tecnología, Sylvia forma parte de la segunda generación de esta familia de empresarios y ha impulsado la transformación y eficiencia del grupo, manteniendo siempre el enfoque en el impacto positivo en el entorno y las personas.
En el podcast Los que dejarán Huella’, un proyecto de KPMG junto a Fórum Familiar que nace del deseo de mirar al futuro de las empresas familiares de nuestro país a través de la generación más joven, Sylvia de Miguel nos adentra en su historia, y nos cuenta cómo es ser mujer, empresaria y líder en un sector masculinizado y cómo convive con la responsabilidad de continuar con el sueño profesional y personal que iniciaron sus padres y que, espera, herede su hija.
RESPUESTA. Hay una cosa que me enamora de nuestro grupo de empresas: todo lo que hacemos impacta en las personas de una manera u otra. Nuestro core sigue siendo la construcción, pero no nos quedamos en “poner ladrillos”. Estamos transformando el entorno, construyendo viviendas –que son los hogares y los sueños de las familias–, mejorando comunicaciones, e incluso impactando en las experiencias de salud con nuestros centros deportivos o en el turismo con proyectos como la Cueva del Soplao o el Hotel Torresport.
No pasamos de largo por la vida, sino que tenemos una responsabilidad en cómo impactamos de manera positiva. Tener este propósito es lo que le da un sentido profundo a lo que hacemos, incluso en un sector que, a priori, puede parecer frío.
R. Afortunadamente, tenemos oportunidades en todos nuestros sectores. En la construcción, estamos muy enfocados en la construcción industrializada, que ya es un presente y un futuro ineludible. Hemos tenido éxitos recientes, como un Instituto de Educación Secundaria en el País Vasco, y seguimos adelante por ese camino.
R. Se trata de dejar de construir en la obra para hacerlo en una fábrica. Las piezas se ensamblan en una nave industrial y luego se trasladan y se montan en el lugar final, no es un LEGO, pero se entiende el concepto.
Esto aporta beneficios cruciales: acorta los plazos, es una construcción mucho más sostenible, y los edificios son más eficientes energéticamente. Además, mejora las condiciones laborales, ya que los trabajadores pasan de estar a la intemperie a trabajar en un entorno controlado dentro de una fábrica. Es un ahorro de costes y una mejora de eficiencia y de las condiciones de los trabajadores en toda regla.
R. Es un desafío enorme. Estamos ante una transición generacional en la que un gran volumen de trabajadores se va a jubilar, y necesitamos que entre nuevo talento joven. Estamos trabajando muy de cerca con escuelas e institutos para fomentar esa vocación. Queremos que conozcan la realidad actualizada del sector, cómo hemos evolucionado gracias a la tecnología y cómo ha cambiado la forma de trabajar en él.
Mucha gente joven se sorprende al ver que la construcción ya no es la imagen que tienen en mente. Dar a conocer que la tecnología está tan implantada en nuestros proyectos es clave para atraer el talento que tanto necesitamos.

R. Yo creo que el liderazgo depende más de la persona, de cuáles sean tus valores y de cómo te enfrentes a las situaciones. No me gusta nada generalizar.
En mi caso, en la empresa he crecido con la gente y todos me han visto desde niña. Nunca he sentido una actitud incómoda o fuera de lugar. Aunque sí es cierto que, en la diversificación, quizás al frente del centro deportivo, he encontrado algún comentario del tipo “consúltalo con quien quieras”, como si tuviera que preguntar a alguien superior. Pero en líneas generales, no.
Lo importante es que nos sintamos arropadas y que se normalice la presencia de la mujer. No solo es inevitable, sino que es necesaria porque no podemos renunciar al 50% del talento.
R. No hay que ponerse límites, hay que ser ambiciosos. Me imagino un Grupo Siecsa más grande, más diverso, con empresas en otros sectores, pero, sobre todo, quiero ver un grupo del que nos sintamos orgullosos. La tecnología nos va a ayudar a ser mejores y a crecer.
R. ¡Así es! Creo que esas raíces en Cantabria y un poso de agricultura en nuestro ADN nos lo han permitido. En los años 80, mis padres y mi tío apostaron por producir kiwis, viendo el potencial del clima en Novales, que se asemejaba a Nueva Zelanda.
Cuando ese negocio dejó de ser rentable, mi padre apostó por algo que nos encanta: producir vino. Desde 2021 producimos LUVA Albariño, un vino cántabro con producciones pequeñas que ya está creciendo. Es otra forma de seguir ese espíritu de apostar por proyectos con ilusión, sin importar el sector. Y, además, el nombre está formado por las iniciales de mi sobrina (Lucía) y mi hija (Valeria), quienes, ojalá, un día también formen parte de este proyecto y de este sueño.
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