Paloma Tejedor (Grupo Tejedor Lázaro): “No por ser el ‘hijo de’ vas a ser el ‘CEO de’”

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Heredera de una historia que comenzó con dos maestros y un gallinero en Fuentepelayo, Paloma Tejedor, consejera de Grupo Tejedor Lázaro y fundadora de PsiqAT Apoyo Psicoterapéutico, su proyecto personal, representa el último eslabón de la tercera generación de una familia empresaria que ha sabido transformar el esfuerzo y los valores en un proyecto sólido y humano. Psicóloga de formación y emprendedora por vocación, Paloma combina la sensibilidad social con una profunda conexión con el negocio familiar, del que se declara enamorada.

Defensora del esfuerzo y el tesón, a los 22 se graduó de Psicología. A los 24 fundó su propia empresa. A los 26 ya era consejera de su empresa familiar, Grupo Tejedor Lázaro. Y a los 27 asumió la presidencia del fórum de jóvenes empresarios familiares de Castilla y León. Y de eso precisamente habló en el podcast ‘Los que dejarán Huella’, un proyecto de KPMG junto a Fórum Familiar que nace del deseo de mirar al futuro de las empresas familiares de nuestro país a través de la generación más joven.

PREGUNTA. ¿Siempre supiste/quisiste entrar a formar parte de la empresa familiar?

RESPUESTA. Para responder a esta pregunta me tengo que ir un poco más atrás. Porque yo siempre he tenido muy claro que no quería estudiar ADE, ni Finanzas ni nada relacionado. Yo quería ayudar a los demás. Sin embargo, mi padre siempre ha hablado mucho conmigo de la empresa familiar. Y siempre me ha insistido en que yo hiciera lo que me hiciera feliz, algo que siempre he agradecido mucho.

Entonces, a mis 17 años, mi padre me preguntó: Paloma, aunque te quieras dedicar a otra cosa, ¿tú amas al grupo y quieres formar parte de él, aunque no sea de manera ejecutiva en el día a día? Yo le dije que por supuesto que amo al grupo. De hecho, ese amor ha crecido muchísimo. Se ha multiplicado.

Y, a partir de ese momento, yo decido empezar la carrera de Psicología con 18 años y, en ese tiempo, yo empiezo a entrar en el tema del Fórum y, durante varios veranos, también fui a hacer una especie de prácticas, por así decirlo, en la empresa que tenemos, en la parte de Dibaq que tenemos en la República Checa. Y me fui enamorando más de la empresa, del proyecto y de las personas que lo forman.

Entonces me di cuenta de que todas esas personas estaban ahí porque mis abuelos, que eran maestros, cuando daban clases, muchas personas que no podían pagarles de otra manera, les daban gallinas en forma de agradecimiento. Hasta que llegó un punto en el que tuvieron que preguntarse qué hacían con tantas gallinas.

P. ¿Nos puedes contar mejor esos inicios? ¿Dices que tus abuelos eran maestros y que la gente les pagaba con gallinas?

R. Efectivamente. Nos situamos en Fuentepelayo. Y mis abuelos eran dos maestros de escuela que trabajaban en el entorno rural en un momento en el que todo estaba mucho más activo. Y ellos, cuando acababan las clases, daban clases particulares a gente que no tenía tanto poder adquisitivo, pero sí tenía muchas capacidades intelectuales.

Al no poder pagar con dinero, mis abuelos se encontraron con que empezaron a llegar gallinas en agradecimiento. Hasta que llegó un momento en que el número de gallinas era tal que se plantearon qué hacer con ellas. Y estos son nuestros orígenes. Porque de ahí fuimos pasando al negocio de los porcinos y más adelante empezamos a hacer nuestro propio alimento para los animales.

De hecho, a día de hoy, en honor a mis abuelos, seguimos teniendo el gallinero, aunque lo tenemos rehabilitado y tenemos gallinas y ocas para la producción avícola de la propia familia.

P. Paloma, eres emprendedora y eres empresaria, ¿cómo ha sido el proceso de crear tu propia empresa?

R. Según terminé la carrera, un día hablando con dos amigas, surgió emprender un proyecto juntas de acompañamiento terapéutico. Ninguna teníamos formación ni conocimientos de empresa, aunque yo siempre he estado muy cerca de todo ello por mi padre y la empresa familiar. Entonces, en los inicios, yo tiré mucho de preguntarle a mi padre, empezamos a informarnos, a formarnos y a aprender. Y creamos PsiqAT Apoyo Psicoterapéutico.

Y de pronto, cuando empiezas como autónomo, tú lo haces todo. Eres de las redes sociales, la de la comunicación y el de marketing. Eres la que se encarga de la estrategia de la empresa, de liderar al equipo, de gestionar a las personas, de, si un despacho está con humedades, llamar a que te arreglen el despacho, etc. Es decir: haces lo de arriba y lo de abajo y eso te permite cultivar mucho la humildad, ponerte en todos los puntos de vista y entender de verdad las cosas y empaparte mucho todo.

Y, con toda la honestidad del mundo, creo que muchas veces he vivido todo este proceso con mucho síndrome del impostor. Pero, con el tiempo aprendes y entiendes que si estás en ese lugar es porque te lo has ganado, porque aportas algo y porque tienes que estar ahí. Y siempre hay que intentar confiar en uno mismo.

¿Necesitas asesoramiento para enfrentar los retos de tu empresa familiar?
P. ¿Qué es exactamente el acompañamiento terapéutico?

En España todavía es bastante desconocido. El acompañamiento terapéutico nace en América Latina —especialmente en Argentina y Brasil— y consiste en ayudar a personas con enfermedades mentales graves a reintegrarse en la comunidad después de un ingreso psiquiátrico.

El acompañante terapéutico puede ser un psicólogo, un educador o un integrador social, y su función es facilitar esa transición a la vida cotidiana, reforzando la parte social y emocional. En Latinoamérica es una figura muy reconocida y fundamental. En España, sin embargo, aún está en proceso de desarrollo, debido en parte a que este tipo de enfoques llegaron más tarde por razones históricas.

P. ¿Por qué crees que el empresario tiene tan mala imagen en la sociedad?

R. Es una buena pregunta. Creo que parte del problema está en cómo se representa la figura del empresario. En muchas series o programas de televisión se le retrata como alguien usurero o egoísta, que solo busca su propio beneficio. Es un cliché muy arraigado.

Por eso es importante dar a conocer la verdadera cara del empresariado, especialmente del empresario familiar. Porque las empresas familiares somos portadoras de valores, de compromiso y de legado. Somos generadores de empleo, de riqueza y de comunidad.

Al final, una empresa no tiene sentido sin las personas que la forman, sin el entorno que la rodea y sin la tierra que la sostiene. Todo está profundamente conectado.

P. ¿Qué le dirías a las personas que dicen que sois hijos de papá y que todo lo habéis tenido fácil para estar donde estáis?

R. Les diría que no es verdad, para nada. Al final yo creo que lo importante es que las empresas perduren y si vales para ello podrás aportar y si no, tendrás que hacerlo de otra manera.

Y creo que todos podemos aportar, pero no por ser el ‘hijo de’ vas a terminar siendo el ‘CEO de’ ni vas a terminar siendo el mayor directivo y ganando una pasta. Creo que estamos muy lejos de esto, aunque obviamente cada familia tiene su forma de educar. Yo hablo de la mía en concreto, y yo soy una persona que vengo de padres separados, he vivido toda mi vida en Carabanchel, he ido a colegios públicos, etc.  Y no creo que yo sea una niña de papá. Ni yo ni generalmente nadie que me haya encontrado. Quien lo ha conseguido, lo ha conseguido con formación, con voluntad y con esfuerzo.

P. ¿Cómo ha sido la evolución generacional, desde tus abuelos, a tu padre, y ahora a ti? ¿Ya estáis pensando en la siguiente generación?

R. Sí, y es un proceso muy interesante. Porque cada generación requiere cosas distintas. La segunda generación —la de mi padre— lo vivió de forma muy directa, viendo trabajar a mis abuelos día a día. Esa convivencia te impregna y te enamora del proyecto casi sin darte cuenta.

Cuando pasamos de la segunda a la tercera generación —la mía— el trabajo cambia. Ya no compartes mesa con los fundadores todos los días, así que hay que hacer un esfuerzo consciente por transmitir la cultura, los valores y el legado. En ese contexto nació el Plan Familiar de Socios, que nos ayudó a estructurar ese relevo.

Recuerdo que, de pequeña, pasaba los veranos ayudando a cuidar a los cerditos. Hoy se diría que era “trabajo infantil”, pero yo lo viví como algo precioso. Me sentía parte de algo más grande.

Ahora ya estamos preparando el terreno para la cuarta generación, que va desde los dos hasta los dieciocho años. El reto es enorme, porque ellos ya no conocieron a los fundadores. Por eso el trabajo de transmisión es más profundo: hay que lograr que se enamoren del proyecto, que comprendan su sentido y lo hagan suyo.

La continuidad no depende solo de las estructuras, sino del vínculo emocional y el propósito compartido. Esa es la verdadera herencia.