Del ‘prompt engineering’ a la ingeniería de contexto: más allá de hacer las preguntas adecuadas

El prompt engineering se ha convertido en un término más que conocido. Y con razón. Cuando irrumpieron los modelos de lenguaje como los chatbots, aprender a darles instrucciones claras fue esencial para obtener respuestas útiles. Pero, si seguimos creyendo que todo se resuelve afinando el prompt, nos estamos quedando en la superficie.

La verdadera transformación ocurre cuando entendemos que los grandes modelos no razonan en el vacío: dependen críticamente del contexto que reciben. Y ese contexto no es solo una frase ingeniosa; es todo el universo de información que ponemos a su disposición en cada interacción.

Aquí es donde entra la ingeniería de contexto, que, al contrario que el prompt ingeneering, no se limita a redactar una instrucción, si no que implica diseñar y orquestar de forma estructurada qué información proporcionamos al modelo, cómo la seleccionamos, cómo la formateamos, y en qué momento la introducimos. Todo ello con un objetivo claro: que el modelo resuelva una tarea compleja en un entorno real, no en un laboratorio.

Mientras que el prompt engineering es una técnica textual, la ingeniería de contexto es una disciplina de arquitectura de sistemas. Por tanto, se sitúa en la intersección entre la ingeniería de datos, el diseño de producto, el NLP y la experiencia de usuario, y exige comprender cómo recuperar conocimiento relevante (por ejemplo, mediante RAG), cómo mantener conversaciones multi-turn, cómo gestionar memoria y personalización, y cómo asegurar trazabilidad, seguridad y cumplimiento.

Por tanto, reducirlo a “escribir mejor los prompts” es no haber entendido nada.

¿Cómo se aplica (de verdad) la ingeniería de contexto?

Aplicar ingeniería de contexto no es un ejercicio de laboratorio ni una tarea de un solo perfil. Es un proceso que requiere pensar en términos de sistema. Y, como todo sistema, tiene entradas, transformaciones y salidas. En este caso, la entrada es el conocimiento disponible (estructurado o no), el usuario, la tarea y el entorno. Por su parte, la salida es una respuesta generada por un modelo que —si todo está bien diseñado— debería ser útil, fiable y contextualizada.

Para comprender cómo funciona, todo comienza con una pregunta: ¿qué necesita saber el modelo para resolver correctamente esta tarea? Y, a su vez, esta pregunta desencadena un proceso que implica:

  • Recuperar información relevante. Aquí entran técnicas como RAG (Retrieval-Augmented Generation), que permiten buscar en bases documentales extensas, aplicar embeddings y traer fragmentos precisos.
  • Procesar y transformar esa información. No se trata solo de copiar y pegar documentos. Hay que resumir, priorizar, traducir formatos e incluso convertir datos estructurados en lenguaje natural.
  • Inyectar el contexto de forma estructurada. A menudo, lo que marca la diferencia es cómo se organiza el input: títulos, secciones, ejemplos e instrucciones claras, entre otros. Es diseño de conversación, sí, pero también ingeniería de interfaces para un modelo de lenguaje.
  • Gestionar contexto dinámico. La realidad no es estática. Hay que mantener memoria, adaptar el tono, conservar el historial de interacciones o reaccionar ante inputs ambiguos o incompletos.

El resultado no es un “chatbot inteligente”, es un sistema que sabe qué decir, por qué lo dice y con qué base lo dice. Esa es la diferencia entre un prototipo y una solución lista para producción.

Diseñar sistemas, no demos

Ahora bien, implementar ingeniería de contexto no es una cuestión de creatividad, sino de diseño de sistemas. Y eso empieza mucho antes de invocar un modelo de lenguaje. La pregunta clave no es “¿qué prompt usamos?”, sino: ¿qué debe saber este modelo para generar una respuesta útil, segura y relevante?

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La respuesta nos obliga a pensar en términos de arquitectura. Primero, en la identificación de fuentes de conocimiento: ¿de dónde viene la información crítica para esta tarea? ¿Está en documentos, bases de datos, sistemas internos, correos, legislación, registros conversacionales…? Después, en la orquestación de esa información: cómo se accede, cómo se transforma cómo se presenta. Aquí entran técnicas como la recuperación aumentada (RAG), la conversión de datos estructurados a lenguaje natural, los mecanismos de resumen o compresión contextual y la integración de memoria conversacional. Por tanto, no se trata solo de dar más datos al modelo, sino de dar los adecuados, bien organizados, con el nivel de granularidad y formato que requiere la tarea.

También hay que considerar la gobernanza del contexto: qué se puede usar, qué está autorizado, cómo se audita una respuesta y cómo se gestiona el ciclo de vida del conocimiento. Esto no es opcional. Es imprescindible cuando hablamos de entornos críticos o sectores regulados.

En resumen, construir sistemas generativos útiles pasa por una idea simple pero poderosa: el contexto no es un input más, es el componente central de la solución.

El contexto como nuevo sistema operativo

En los próximos dos años, muchas organizaciones llegarán a la misma conclusión: el modelo importa, pero el contexto lo es todo. El rendimiento diferencial de una solución de IA generativa no estará en usar GPT-5, LLaMA o Claude; estará en cómo se alimenta ese modelo, con qué datos, en qué condiciones y a través de qué lógica.

Dicho de otro modo: el contexto es el nuevo runtime de los sistemas inteligentes. Es dinámico, situacional, personalizable. Pero es también frágil si no se gestiona bien. Un modelo sin contexto es como un experto encerrado en una habitación sin información. Un modelo con un buen sistema de contexto es como un asesor que entra a una reunión con el histórico de decisiones, las métricas clave y el objetivo claro.

Esto exige a las organizaciones cambiar su aproximación. No basta con tener un copiloto; hay que tener una estrategia de arquitectura de contexto. Entonces, ¿cómo gobernamos las fuentes? ¿Cómo diseñamos los flujos? ¿Cómo evaluamos lo que “entiende” el modelo antes de responder? ¿Cómo aseguramos que lo que genera es trazable, conforme y auditable?

En definitiva, la ingeniería de contexto no es una moda, es la pieza clave que conecta los modelos de lenguaje con el negocio real. Ignorarla es quedarse en el estadio del “demo bonito”. Dominarla es construir una ventaja estructural. Por tanto, la próxima frontera no está en el modelo, sino en el sistema que lo rodea. Y ese sistema se llama contexto.