La transición energética hacia fuentes renovables, la electrificación de la economía y el empoderamiento del consumidor están forzando la modernización de las redes eléctricas. Y es que, con la expansión de energías renovables intermitentes (como las energías eólica y solar fotovoltaica) y la electrificación de usos finales (vehículos eléctricos, bombas de calor, data centers, etc.), las redes deben ser más inteligentes y estar digitalizadas para gestionar flujos bidireccionales, mantener la estabilidad del suministro y aprovechar los recursos distribuidos.
De esta necesidad surge el concepto de red inteligente (smart grid): una red eléctrica que emplea tecnologías digitales avanzadas (sensores, automatización, inteligencia artificial, etc.) y que permiten la supervisión y operación dinámica del sistema eléctrico, facilitando la integración eficiente de generación renovable distribuida, el despliegue de almacenamiento, la gestión activa de la demanda y la participación del consumidor como agente energético.
Así, la digitalización cobra un papel protagonista, pues abarca el conjunto de procesos y tecnologías que transforman la red física en una infraestructura interconectada, automatizada y orientada a datos, habilitando una gestión más flexible, resiliente y segura del sistema eléctrico.
Un nuevo paradigma que es esencial para afrontar los retos de la descarbonización, la descentralización y la electrificación de la economía. Organismos como la Agencia Internacional de Energía Renovable (IRENA) señalan que la digitalización juega un papel clave, especialmente, en sistemas cada vez más descentralizados porque permite coordinar millones de recursos distribuidos (generación distribuida, baterías, vehículos eléctricos, consumos flexibles, etc.) mediante el intercambio de datos en tiempo real. Y, con ello, los operadores pueden tener una visibilidad completa del estado de la red, mejorar la previsión (por ejemplo, anticipar producción renovable con pronóstico meteorológico más preciso) y optimizar la operación.
Otro aspecto clave es la gestión activa de la demanda y del consumo energético, lo que contribuye a la eficiencia energética global. Gracias a la digitalización, los usuarios pueden acceder a datos de consumo detallados, participar en programas de respuesta a la demanda o beneficiarse de tarifas dinámicas. También es esencial para el desarrollo de nuevos modelos de negocio basados en servicios energéticos, comunidades locales de energía y la integración de almacenamiento.
Los beneficios y, sobre todo, la necesidad de avanzar en la digitalización de las redes es evidente. Sin embargo ¿cómo está avanzando la UE y concretamente España en este camino?
En el ámbito europeo, la digitalización de la energía se aborda de forma integral. La Comisión Europea lanzó en 2022 el “Plan de Acción” de digitalización del sistema energético[1], orientado a crear un marco común para el intercambio seguro de datos y la integración de tecnologías inteligentes en la red[2]. Uno de los pilares de este Plan es desarrollar espacios de datos energéticos donde distribuidoras, transportistas y otros actores compartan información en tiempo real bajo estándares interoperables, lo cual es un habilitador clave de las smart grids[3]. Paralelamente, se promueve la colaboración entre los gestores de redes de transporte (TSOs) y distribución (DSOs) en proyectos conjuntos.
En España, la digitalización de las redes ha seguido una senda marcada por la innovación temprana en varios frentes. Un elemento destacado es la telemedida universal: España fue de los primeros países en completar la instalación de contadores inteligentes en prácticamente el 100% de los consumidores domésticos, proyecto finalizado hacia 2018 (27 millones de puntos de medida).
Este despliegue masivo de contadores inteligentes ha dotado a la red de distribución de una infraestructura básica de digitalización, permitiendo la lectura remota y gestión horaria del consumo de los usuarios[4]. Las principales compañías distribuidoras han desarrollado también plataformas de gestión digital de la red, han ampliado la sensorización de las redes de media tensión y han avanzado en la automatización de la operación mediante centros de control digitalizados y redes de comunicación propias.
En la red de transporte, Red Eléctrica de España (REE) también fue pionera en la adopción de modelos de red inteligente. Ya en 2006 puso en marcha el Centro de Control de Energías Renovables (CECRE), primero de su tipo en el mundo, para monitorizar y gestionar en tiempo real la producción eólica y solar fotovoltaica a nivel nacional[5].
Otro modelo clave impulsado por REE es la subestación digital. La compañía ha desarrollado proyectos piloto de subestaciones plenamente digitalizadas, donde la tradicional “maraña de cables de control” se sustituye por fibra óptica y comunicaciones IEC 61850 (estándar internacional que define los protocolos de comunicación), logrando instalaciones más flexibles, seguras y eficientes[6]. Estas subestaciones inteligentes mejoran la recopilación de datos en campo y permiten operaciones de maniobra automatizadas con mayor fiabilidad.
Igualmente, REE lleva años modernizando la red de telecomunicaciones que soporta al sistema eléctrico, instalando una red de fibra óptica con más de 800 nodos interconectados que abarca casi todas sus más de 700 subestaciones[7]. Esto actúa como “sistema nervioso digital” de la red de transporte, asegurando que las señales de protección, control y medida viajen al instante por todo el país, habilitando respuestas automáticas muy rápidas ante cualquier evento.
Hoy en día, España dispone de una red eléctrica con un alto grado de digitalización en ciertos aspectos, aunque con margen de mejora en otros. En el lado positivo, prácticamente toda la red de distribución está equipada con contadores inteligentes integrados en sistemas de telegestión[8].
Esto significa que existe ya una base de datos horaria de consumos y un canal de comunicación bidireccional con millones de puntos, un recurso valioso para futuros servicios (tarifas dinámicas, respuesta a la demanda, autoconsumo colectivo, etc.). Además, las principales distribuidoras han desplegado telecontrol y sensorización en la mayoría de sus líneas de media tensión y automatizado miles de centros de transformación, lo que reduce los tiempos de interrupción en caso de fallos al poder reconfigurar la red de forma remota.
En la operación del sistema peninsular, REE cuenta con herramientas digitales avanzadas: el Centro de Control de Energías Renovables (CECRE), opera desde hace 19 años optimizando la integración renovable; el Centro de Control Eléctrico (CECOEL) supervisa en tiempo real el estado de la red de transporte con sofisticados sistemas SCADA/EMS; y, recientemente, REE está incorporando técnicas de analítica de datos y pronóstico apoyadas por IA para mejorar la gestión preventiva.
En suma, la digitalización de la red eléctrica española representa una transformación profunda del sistema energético, pero también enfrenta importantes desafíos técnicos, regulatorios y económicos. Estos son algunos de ellos:
Muchas infraestructuras eléctricas tienen décadas de antigüedad y no están preparadas para la integración de tecnologías digitales. La modernización requiere altas inversiones, una retribución adecuada y una planificación cuidadosa para no comprometer la continuidad del suministro durante el proceso de actualización.
Un área por reforzar es la integración de datos entre distribución y transporte: aunque el Operador del Sistema recibe información agregada, la visibilidad en tiempo real de lo que ocurre en la red de baja tensión (por ejemplo, la carga de vehículos eléctricos en un barrio) aún es limitada.
También está en progreso la sustitución o adaptación de infraestructura convencional por infraestructura “inteligente”: por ejemplo, seguir migrando subestaciones antiguas hacia el modelo digital (sensórica del estado en línea de transformadores, seccionadores motorizados, etc.), e incorporar más automatización en la red de alta tensión que gestione contingencias de forma autónoma en milisegundos.
La adopción de múltiples tecnologías (sensores, software, plataformas de control) genera el reto de garantizar la interoperabilidad entre sistemas y fabricantes, evitando soluciones cerradas o incompatibles que dificulten la escalabilidad y el mantenimiento.
La red digital genera una enorme cantidad de datos en tiempo real. Se requiere una infraestructura tecnológica robusta para almacenar, procesar y analizar esos datos de forma eficiente, junto con capacidades de inteligencia artificial y analítica avanzada.
A medida que la red se digitaliza, se vuelve más vulnerable a ciberataques. La protección de la infraestructura crítica exige protocolos de seguridad avanzados, monitorización continua y una coordinación estrecha entre operadores, autoridades y proveedores tecnológicos.
La integración de generación renovable intermitente (solar, eólica) requiere soluciones de almacenamiento energético y gestión flexible de la demanda.
Es necesario adaptar el marco regulatorio para incentivar la inversión privada, definir estándares de digitalización, garantizar el acceso a los datos por parte de los agentes del sistema y asegurar una coordinación eficaz entre operadores de red, distribuidores y consumidores.
Digitalizar las redes exige grandes inversiones y sostenidas en el tiempo. Aunque existen fondos europeos y estatales (como el plan de 525 millones del Gobierno para digitalizar redes de distribución eléctrica e impulsar la infraestructura de recarga de vehículos eléctricos en la vía pública), sigue siendo un reto asegurar la rentabilidad a largo plazo y evitar sobrecostes para el consumidor.
La transformación digital requiere perfiles técnicos altamente cualificados (ingenieros de datos, especialistas en ciberseguridad, IA, etc.), lo que implica un esfuerzo conjunto del sector educativo y empresarial para formar y retener talento.
El consumidor debe ser parte activa del sistema eléctrico digital. Es un reto garantizar el acceso equitativo, la transparencia en el uso de datos y la protección de la privacidad, así como fomentar la confianza y el uso de herramientas digitales por parte de la ciudadanía.
En conjunto, estos desafíos no son menores, pero entendemos que son superables mediante una combinación de visión estratégica, inversión coordinada, colaboración entre agentes y voluntad política. Porque la digitalización no es solo un factor de eficiencia técnica, sino un habilitador fundamental de la transición energética y de un sistema eléctrico más sostenible y centrado en el usuario.
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