Hoy celebramos con Expansión la décima edición del evento anual sobre el sector financiero, que se inició en el año 2009.

La redondez del aniversario invita a echar la vista atrás y repasar lo que le ha ocurrido al sector financiero español en estos diez años que lo han visto transformarse por completo. Baste con recordar que, no hace mucho, celebrábamos otro décimo aniversario (también con un gran evento): el de la creación del FROB, una pieza fundamental de proceso de reestructuración y saneamiento del sector financiero español.

Los propios títulos que cada año han introducido el evento ilustran el viaje realizado; desde la reestructuración y saneamiento a la transformación digital pasando por un intenso y muy exigente cambio regulatorio.

El sector tiene poco o nada que ver con el que fue. Menos entidades, de mayor tamaño y mejor capitalizadas.

Estos diez años no han sido fáciles. El sector ha tenido que superar una dura crisis, realizar integraciones muy complejas, superar una situación económica general muy difícil y momentos críticos en los mercados de capital (especialmente en el año 2012), implementar una regulación muy exigente en aspectos tan fundamentales como el capital o la liquidez, adaptarse al nuevo marco de resolución de las entidades, acometer una fuerte reestructuración y afrontar un cambio muy significativo en la cultura y prácticas supervisoras de la mano del nuevo mecanismo único de supervisión.

Además, han tenido que hacerlo en un entorno persistente de bajos tipos de interés (que previsiblemente nos acompañará aún algunos años, lo que presiona su margen financiero y, por extensión, afecta a su rentabilidad) y compatibilizarlo con la realización de grandes inversiones en tecnología, tanto para adaptarse a la demanda de clientes cada vez más digitales como también, y no en menor medida, para ser capaces de competir con los nuevos entrantes en el mundo de los servicios financieros, y especialmente de las BigTech.

Han sido diez años bien aprovechados. El conjunto y las entidades que integran el sector financiero español están hoy en una situación mucho mejor de la que tenían hace diez años y eso ha hecho posible que pudieran llegar hasta aquí en un entorno muy complejo. Han sobrevivido los mejores o, sencillamente, y en términos darwinianos, los que han sido capaces de adaptarse mejor a un nuevo entorno.

Si hacemos la comparación con los países de nuestro entorno es cierto que, en varios aspectos fundamentales, como la reestructuración realizada, la venta de activos non performing, la estrategia digital e incluso la rentabilidad nos comparamos favorablemente con nuestros vecinos. Esto, viniendo de donde venimos, es toda una proeza.

Es un mérito compartido. Las autoridades, supervisores y las propias entidades han hecho lo que tenían que hacer y lo han hecho de manera eficaz. Es un caso de cooperación público-privada, cuyos resultados han sido en general positivos.

Obviamente, esto no obsta para reconocer que el entorno difícil persiste, que las condiciones de bajos tipos de interés van a seguir ahí y que la progresiva desaceleración del crecimiento económico en todo el mundo, y también en España, terminarán afectando a las entidades.

Las entidades se enfrentan así a la necesidad de seguir afrontando exigencias regulatorias crecientes (en términos de capital o de MREL, por citar dos aspectos relevantes), de mantener su esfuerzo inversor en tecnología y de adaptar su modelo de negocio a este nuevo entorno.

No cabe duda de que muchas de estas fuerzas empujan al sector a una mayor consolidación. Tanto el cumplimiento regulatorio como las inversiones tecnológicas se afrontan mejor desde entidades de mayor tamaño y la consolidación se presenta como uno de los modos (no el único) de mejorar la eficiencia de las entidades siempre que los procesos de integración permitan obtener sinergias.

Pero también hay que contar con el factor humano, con las decisiones de los accionistas y los ejecutivos de las entidades españolas y, frente a todas esas fuerzas a favor de la consolidación, parece existir una clara voluntad de mantener la independencia de sus respectivos proyectos mientras ello sea posible.

No quedaría completo este análisis sin dedicar alguna atención a la cuestión reputacional, uno de los pocos ámbitos en que el sector no ha conseguido todavía superar los efectos de la crisis. Es cierto que no ayudan a ello las noticias que se publican cada día sobre los procesos que analizan distintos asuntos relacionados con el sector, pero hay que tener presente que esos casos no tratan sobre el sector financiero de hoy sino sobre hechos que tuvieron lugar hace ya años. También en este aspecto soy optimista. Creo que la nueva regulación y los compromisos del sector en materia de sostenibilidad ayudarán mucho a la mejora de su imagen y que, poco a poco, también en este aspecto, se producirá una clara mejora. Aunque lleve algún tiempo.

El futuro no es fácil pero el sector no debe caer en el desánimo. Desarrolla una función económica esencial, la intermediación entre el ahorro y la inversión y, aunque pueda sufrir los efectos agregados de un entorno económico y financiero complejo y la presión de nuevos y poderosos competidores, mantiene lo esencial: la confianza de sus clientes y ese es un activo fundamental, especialmente en el caso de los bancos españoles.

Artículo de opinión publicado en Expasión el 11 de octubre de 2019

Comentarios (1)

  • Si se abusa de la “consolidacion”, esto es de las concentraciones lo que se gana en eficiencia se puede perder en competencia. Y en un futuro nuestros campeones nacionales pueden acabar siendo devorados por los de otros países en una lógica implacable por la eficiencia y la economía de escala. No sería necesariamente malo siempre que haya verdadera competencia y para ello deben quedar competidores y un Marco que también los proteja, pues no faltan quienes defienden la eficiencia del oligopolio y no digamos del monopolio. Pero en ese caso la eficiencia sólo jugaría a favor del vencedor…y en unos servicios tan esenciales ese panorama no sería, tal vez, el más deseable. He de confesar que escribo esto mientras leo The Course of Bigness, de Tim Wu. Y es un baño de realidad que se plantea ya en buena parte de su crudeza.

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