El primer objetivo ya se ha cumplido, ahora quedan muchos otros

Hace unas semana tuvo lugar en Nueva York la Asamblea General de las Naciones Unidas con el propósito de revisar la agenda global y los progresos realizados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Hace dos años, en este mismo lugar, 193 países firmaron lo que se quería que fuera el plan estratégico del planeta para los próximos quince años. Pese al corto periodo de tiempo transcurrido, podríamos decir ya han logrado su primer éxito. Uno que, aunque no se encontraba en la lista, era quizá el más importante: convertirse en la referencia capaz de alinear a diferentes países y actores de la agenda global en torno a un set común de temas, objetivos y métricas. Es, claramente, la agenda de esta generación. “El GPS que necesitábamos para guiar los esfuerzos globales”, como comentaba en una de las sesiones el secretario general de la OCDE, Angel Gurría.

Según este organismo, se calcula que para activar las 169 metas que contienen los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se precisan entre 5 y 7 billones de dólares, lo que significaría unos 2,5 billones adicionales de inversión para los países en vías de desarrollo. Sin embargo, la inversión oficial al desarrollo, aun llegando a máximos en 2016, se calcula tiene su techo entre los 150-200.000 millones, una cantidad considerablemente menor a las necesidades.

En las reuniones de mediados de septiembre en el emblemático edificio de las Naciones Unidas en Nueva York  quedó ya patente que existe el consenso sobre que los tiempos de la “financiación” tradicional de proyectos tienen los días contados y hay que dar paso a nuevas formas de “inversión”.

Un reciente informe de la Business & Sustainable Development Commission estima que los Objetivos de Desarrollo Sostenible crearán oportunidades por valor de 12 billones de dólares en agricultura y procesamiento de alimentos, ciudades, energía, materiales y salud. Esta inversión activaría 380 millones de nuevos empleos en 2030 en todo el mundo.

Para atender estas oportunidades, además de los contratos de colaboración público-privada (PPPs) en sus diferentes variantes, comienzan a desarrollarse nuevos instrumentos de inversión denominados blended. Se trata de una estrategia innovadora para movilizar conjuntamente recursos del sector público, del privado y de organizaciones sin ánimo de lucro con el objetivo de producir un impacto positivo de mayor magnitud. Las nuevas fórmulas van desde la toma de deuda junior o subordinada, la titulización de la inversión, hasta rentabilidad en base a resultados o la aportación de asistencia técnica como parte de la inversión. Estas novedosas estructuras de financiación de proyectos de desarrollo están multiplicando entre cinco y veinte veces la participación de fondos privados. Con la Comisión Europea y el Banco Mundial a través de la International Finance Corporation a la cabeza, se han impulsan medio centenar de proyectos de este tipo.

Aunque presente y apoyada en los discursos que hemos escuchado en la Asamblea General de la ONU, estas innovaciones en la financiación no son acogidas con tanto entusiasmo en los pasillos. Los funcionarios de las agencias de Naciones Unidas y las ONGs se muestran renuentes a la transformación que viene. Además de algunas reticencias connaturales del sector público a la participación de entidades privadas en la implementación de políticas públicas, temen que el cambio en el enfoque impacte en la formulación de los proyectos, la necesidad de un mayor escrutinio y de contar con mejores métricas para medir el impacto, los retornos, etc. Lo normal, cuando se incluyen organizaciones que se juegan su dinero.

La cabeza del león de estos proyectos de inversión se prevé se concentre en los sectores de infraestructuras de transporte, agua y saneamiento, así como de energía. Una oportunidad relevante para compañías capaces de articular consorcios con niveles de riesgo bajos, aceptables para los fondos de infraestructuras, de pensiones, pero también para nuevos agentes interesados en estas fórmulas como son las agencias de desarrollo o las grandes instituciones filantrópicas.

Si, como todo apunta, estos objetivos servirán de faro para aunar esfuerzos para mejorar, plantear desde el comienzo del debate la búsqueda de fórmulas creativas para movilizar los recursos necesarios es, sin duda, una aproximación valiente y realista.

La ambición de las metas y la recompensa prometida exigirán la mejor versión de esta generación.