La 21ª Conferencia de las Partes (COP 21) sobre el cambio climático que se celebra en París está acompañada por una creciente y generalizada convicción de que el desafío del calentamiento global es real y de que la necesidad de actuar apremia. Los compromisos previos adquiridos por un gran número de países parecen indicar que se llegará a definir un compromiso global que supondrá un salto cualitativo con respecto al anterior protocolo de Kyoto. Aunque es probable que el acuerdo deba ser revisado en unos años para incrementar su nivel de ambición, supondrá sin duda un paso muy importante para frenar el calentamiento global.

La cuestión que se planteará tras la Conferencia será cómo conseguir alcanzar los objetivos acordados de una manera realista, que limite lo menos posible el desarrollo económico y humano del planeta. Ya no se tratará de diseñar utopías futuristas sino de avanzar hacia la descarbonización con decisión pero con pragmatismo. Y para ello va a ser clave poner en marcha una transformación profunda del sector energético, responsable de la mayor parte de las emisiones de CO2 de origen humano.

Los ejes clave de esta transformación eficiente del sector energético son conocidos, gracias al riguroso trabajo de análisis realizado en los últimos años por instituciones como la Agencia Internacional de la Energía. Éstas han definido escenarios que permiten limitar de manera económicamente eficiente las emisiones de gases de efecto invernadero hasta los límites que recomienda la comunidad científica (450 partes por millón de CO2 en la atmósfera). Los distintos estudios realizados en este sentido coinciden en las tres palancas clave a futuro: el aumento de la eficiencia energética, la electrificación de la economía y un cambio en la matriz de generación de electricidad.

La palanca más importante va a ser sin duda la de la eficiencia energética. Es bien conocido el concepto de que “la energía más barata es la que no se consume”. Según la Agencia Internacional de la Energía, para lograr frenar a un nivel sostenible las emisiones de CO2, en 2040 la humanidad debería ser capaz de consumir una cantidad de energía muy similar a la actual con 2.000 millones de habitantes más y un PIB que duplicará con creces el actual. Actuaciones como el aislamiento de edificios, el despliegue de máquinas y motores más eficientes y cambios en los hábitos de vida van a ser esenciales para lograrlo, pero para ello serán necesarios información e incentivos más claros para los consumidores de energía.

La segunda palanca es la electrificación de la economía: la electricidad es la forma más limpia de consumo final y además es la única forma de aplicar al consumo fuentes no emisoras de CO2 como las renovables o la nuclear. Aunque tecnologías como el vehículo eléctrico pueden jugar un papel relevante en este sentido, su nivel de penetración tardará probablemente varias décadas en ser el suficiente para tener un impacto relevante. Más rápido puede ser el efecto de la modernización del sector de la energía en los países emergentes, donde la electricidad no llega al 17% del consumo de energía, frente a los niveles que existen ya hoy en algunos países desarrollados donde supera el 25%.

El tercer factor clave será la transformación en la producción de electricidad, responsable del 42% de las emisiones de CO2 ligadas a la energía. Para lograr un nivel suficiente de descarbonización, será necesario potenciar las energías renovables hasta que representen al menos la mitad de la producción eléctrica del mundo, pero promoviendo las más eficientes: conviene recordar por ejemplo que la energía solar distribuida puede llegar a ser sustancialmente más cara que la fotovoltaica centralizada; algo similar sucede con la eólica offshore frente a la terrestre. La potenciación de estas energías limpias debería permitir reducir al menos a la mitad la producción actual de las centrales de carbón. Por su parte, el gas natural deberá seguir jugando un rol importante como tecnología flexible para cubrir las puntas de demanda y dar respaldo a las renovables cuando no estén disponibles. En cuanto a la nuclear, puede ser una tecnología muy relevante para proporcionar energía de base libre de CO2 mientras las renovables prosiguen su curva de aprendizaje y van reduciendo su coste.

La clave para lograr el éxito en estos tres ejes de transformación eficiente del sector energético va a estar en los mecanismos de incentivación. Éstos deben lograr que los consumidores sean proclives a invertir en la reducción de su demanda, que el consumo directo de fuentes fósiles sea menos atractivo que la electrificación y que las centrales que emiten más gases de efecto invernadero reduzcan su funcionamiento o sean reemplazadas. En este sentido, los mercados de derechos de emisión de CO2 pueden ser una de las alternativas más eficientes, siempre que en ellos se incluyan todas las fuentes principales de emisión y se eviten fenómenos de “fugas de carbono” por deslocalización de industrias hacia países más permisivos. Debe evitarse también la distorsión de estos mercados a través de subvenciones selectivas a determinadas tecnologías, como ha demostrado lo sucedido en Europa en los últimos años, donde el derrumbe del precio del CO2 ha hecho que sea a menudo más interesante producir con centrales de carbón que con otras tecnologías menos contaminantes.

Autor: Alberto Martín Rivals, socio responsable de Energía y Recursos Naturales de KPMG en España

Fuente: Expansión. Publicado el 28 de noviembre de 2015