Con la frase “quien controla el corazón de Eurasia, controla el mundo”, el geógrafo británico Halford Mackinder resumía en 1904 la esencia de la geopolítica clásica: que el poder global depende de la geografía, los recursos y las rutas comerciales. Y es que, en esos años, teorías como la suya, las de Mackinder, o las de Alfred Thayer Mahan, defensor del poder naval, sentaron las bases de una disciplina que interpretaba la política internacional desde una perspectiva estratégica y territorial.
Décadas después, el mundo financiero empezó a hablar de riesgo país o riesgo político, evaluando cómo las decisiones gubernamentales podían afectar a las inversiones. Las crisis del petróleo de los años 70 y la Guerra Fría dieron forma al concepto moderno de riesgo geopolítico: tensiones internacionales capaces de impactar directamente en mercados y en la estabilidad de la banca.
En el siglo XXI, el concepto se amplió para abarcar nuevas amenazas: terrorismo global, ciberataques, migraciones y disputas comerciales. Actualmente, instituciones como el World Economic Forum, a través de su Global Risks Report y grandes aseguradoras internacionales, utilizan sistemáticamente el término para referirse a cualquier evento internacional con capacidad de desestabilizar economías y entidades financieras.
En 2025, los indicadores de incertidumbre global alcanzan niveles sin precedentes. El World Uncertainty Index (WUI)[1], que mide la frecuencia de términos relacionados con la incertidumbre en informes nacionales del Economist Intelligence Unit, muestra un incremento significativo en comparación con años anteriores. Este aumento refleja una creciente preocupación por factores como tensiones comerciales, conflictos regionales y políticas proteccionistas.
Este panorama recuerda a épocas pasadas donde la inestabilidad internacional también marcó el rumbo económico y financiero. Por ejemplo, durante la Guerra Fría, las crisis regionales generaron un clima de incertidumbre que afectó las decisiones de inversión y la estabilidad de los mercados. Asimismo, la crisis del petróleo en la década de 1970 mostró cómo los shocks geopolíticos pueden tener repercusiones globales duraderas. A su vez, durante la crisis financiera de 2008, la quiebra de Lehman Brothers desencadenó una ola de incertidumbre que afectó a los mercados globales y llevó a una profunda recesión económica. En ese periodo, el World Uncertainty Index (WUI) alcanzó niveles elevados, reflejando la preocupación generalizada por la estabilidad financiera. Además, la pandemia de COVID-19 en 2020 generó una crisis sanitaria y económica sin precedentes en tiempos recientes, indicando una alta incertidumbre global debido a la propagación del virus, las restricciones de movilidad y las políticas gubernamentales implementadas para contener la pandemia.
Sin embargo, lo que distingue al momento actual es la simultaneidad y la interconexión de los riesgos. La combinación de tensiones entre grandes potencias, conflictos regionales persistentes y desafíos económicos globales crea un entorno complejo y volátil. Además, la rápida evolución tecnológica y la digitalización de las economías añaden capas adicionales de incertidumbre, especialmente en áreas como la ciberseguridad y la soberanía de los datos.
El Banco Central Europeo (BCE) ha reconocido de manera explícita la creciente relevancia de los riesgos geopolíticos en su informe de supervisión más reciente, donde advierte de que tensiones internacionales, sanciones o conflictos armados pueden tener un impacto directo en la estabilidad financiera europea. Ese reconocimiento marca un punto de inflexión: la geopolítica ha dejado de ser un factor externo para convertirse en un elemento central en la agenda regulatoria.
En este sentido, el BCE ha anunciado que en 2026 llevará a cabo un ejercicio de estrés test temático centrado en los riesgos geopolíticos. A diferencia de los ejercicios tradicionales, esta prueba requerirá que cada banco identifique y modele escenarios geopolíticos específicos, evaluando cómo podrían afectar su rentabilidad y solvencia. La iniciativa, anunciada por la comisaria del BCE Claudia Buch, refleja una evolución en la supervisión bancaria: no se trata solo de reaccionar a los eventos internacionales, sino de anticiparlos y gestionarlos de manera proactiva, fortaleciendo la resiliencia del sistema financiero frente a un entorno global cada vez más incierto.
Los riesgos geopolíticos no deben entenderse únicamente como una fuente de inestabilidad. En un entorno global interdependiente, cada amenaza lleva implícita una contrapartida que puede convertirse en oportunidad.
En este sentido, un conflicto que tensiona el suministro energético puede acelerar la inversión en renovables; sanciones comerciales pueden abrir espacios a nuevos actores o mercados; y la fragmentación internacional obliga a las entidades financieras a diversificar, innovar y reforzar su resiliencia. Para la banca, el reto está en gestionar la volatilidad sin perder de vista las oportunidades estratégicas: anticiparse a cambios regulatorios, a la reconfiguración de flujos de capital o a las nuevas demandas de financiación ligadas a la transición energética y tecnológica.
Y, en el caso concreto de la banca española, la exposición a estos riesgos es particularmente significativa. La fuerte presencia en Latinoamérica convierte a las grandes entidades en susceptibles de verse afectadas por episodios de inestabilidad política, cambios regulatorios o tensiones sociales en la región. Y, al mismo tiempo, los estrechos vínculos con Europa hacen que sanciones y conflictos en el este del continente impacten de manera directa en las carteras de inversión, en la confianza de los mercados y en la financiación mayorista.
A ello se suma la dependencia de la economía española a la energía y materias primas, de modo que los shocks de precios globales repercuten en el crédito corporativo y en la morosidad, especialmente en sectores intensivos en consumo energético. Y, como telón de fondo, la ciberseguridad emerge como una amenaza creciente: en un contexto en el que los ciberataques están cada vez más vinculados a actores estatales, las entidades financieras españolas —altamente digitalizadas— se han convertido en un objetivo prioritario.
Sin embargo, esta misma realidad encierra oportunidades relevantes:
Así, los bancos que sepan anticiparse y gestionar de manera integrada estos riesgos podrán consolidarse como actores clave en la reconfiguración económica global, reforzando tanto su posición en el mercado como su relación con reguladores y clientes.
No cabe duda de que los bancos navegan hoy en un mar de incertidumbre. La geopolítica se ha convertido en un factor de riesgo tan decisivo como los mercados o la regulación. Conflictos, tensiones comerciales, ciberataques o crisis energéticas pueden alterar en cuestión de horas la estabilidad del sistema financiero.
Ante este panorama, la banca no puede limitarse a reaccionar. Necesita un marco sólido de gestión de riesgos geopolíticos, integrado en su estrategia y en la toma de decisiones de todas las áreas. No es solo un asunto de los departamentos de riesgos: debe impregnar a la organización entera.
El paso inicial es la anticipación. Escenarios de estrés, análisis de materialidad y mapas de exposición por geografías y sectores permiten identificar qué riesgos son más relevantes y cómo pueden impactar en el negocio.
Es por ello que la tecnología es otro pilar: herramientas que monitoricen indicadores geopolíticos y recopilen información en tiempo real son esenciales para transformar datos dispersos en inteligencia estratégica.
La gobernanza también cuenta. Contar con una supervisión clara desde los órganos de dirección y estructuras ágiles de decisión son claves para reaccionar con rapidez. A ello se suma la formación del personal: crear una cultura de riesgo en la que todos comprendan cómo los shocks geopolíticos pueden afectar a la entidad. Revisar políticas, reforzar protocolos de crisis y fomentar la cooperación entre áreas —Riesgos, Cumplimiento, Negocio, Continuidad de negocio, IT — completa el blindaje. Y, como todo marco vivo, debe someterse a evaluaciones periódicas que permitan adaptarlo a un entorno en constante cambio.
La conclusión es clara, los bancos que conviertan la geopolítica en parte de su estrategia estarán mejor preparados no solo para resistir, sino para ganar ventaja en un tablero global cada vez más incierto.
Pese a que el camino parece claro, aún persisten dudas en el sector bancario. Hasta ahora, las entidades han empezado a reflejar el impacto de los riesgos geopolíticos a través de overlays en las provisiones bajo normativa IFRS. Sin embargo, la gran pregunta sigue en el aire: ¿qué ocurre con el capital?
Si un banco considera que estos riesgos son realmente materiales para sus exposiciones, lo lógico sería que comenzaran a incorporarse, al menos, en el capital económico. Y aquí aparece la principal diferencia respecto a otros riesgos emergentes, como el de sostenibilidad: los riesgos geopolíticos son extremadamente dinámicos y tienen la capacidad de generar impactos prácticamente inmediatos en los balances, en forma de deterioros crediticios, volatilidad de mercados o tensiones de liquidez.
La situación, sin embargo, dista de ser homogénea. Falta claridad tanto en el ámbito del capital regulatorio como en el económico, lo que genera una evidente asimetría en la forma de gestionarlos. En este contexto, el papel del supervisor es clave. El regulador deberá proporcionar orientaciones más nítidas y consistentes, que sirvan de guía a las entidades financieras para traducir el creciente peso de la geopolítica en métricas concretas de capital. De lo contrario, el sector corre el riesgo de avanzar a dos velocidades: bancos más proactivos que integren estos riesgos en su estrategia y otros que, por falta de un marco claro, queden rezagados.
En este nuevo tablero estratégico, la banca debe anticipar, adaptarse y liderar. Quedarse en la mera gestión táctica no es suficiente: se trata de incorporar la geopolítica en el corazón mismo de la estrategia. Solo quienes sean capaces de transformar la incertidumbre en resiliencia podrán convertir el riesgo en ventaja competitiva. Porque, como demuestra la historia reciente, la geopolítica no espera; y la banca, si quiere seguir siendo relevante, tampoco puede hacerlo.
Como ya indicó Christine Lagarde (presidenta del Banco Central Europeo) [2]: ‘El nivel de incertidumbre que enfrentamos es excepcionalmente alto… los riesgos geopolíticos se encuentran en niveles no vistos desde la Guerra Fría” … y por este motivo, la banca tiene un papel decisivo: no solo protegerse, sino liderar la respuesta estratégica que demanda este nuevo tablero global.
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